Gran parte del conocimiento que hoy poseemos acerca del mundo precolombino fue forjado de la mano del coleccionismo. Movidos por los más diversos fines e intereses, cientos de personas colectaron, acumularon, clasificaron e hicieron circular objetos desde todos los rincones del continente americano, para su exhibición y contemplación en museos, exposiciones universales, casas de subasta, galerías de arte y universidades de las principales ciudades del planeta. Un fenómeno que comenzó tras el primer encuentro entre europeos y nativos, pero que se vio acentuado de manera exponencial desde mediados del siglo XIX. Se dibujó así en Occidente la imagen de una otredad, ensamblada con piezas materiales de las más remotas y extrañas procedencias. Un mosaico unificado que servía como un contraste extraordinario para poder situar en una misma línea evolutiva a Occidente frente al resto de los pueblos conocidos, fueran pasados o contemporáneos, como parte del gran proyecto político de escribir e imponer una única y poderosa Historia Universal. Un proyecto fundado en la lógica de ordenar y clasificar todo aquello que fuera conocido y por conocer, para lo cual fue necesario colectar y seleccionar especímenes en cada paraje visitado. Fue así como el coleccionismo tomó protagonismo.
El desierto de Atacama, en el actual norte de Chile, se constituyó como un caso emblemático de este fenómeno. Al ser un laboratorio natural del extractivismo minero colonial y capitalista, se convirtió rápidamente también en una probeta para el extractivismo de bienes culturales. Un número incalculable de objetos y cuerpos precolombinos salieron de este desierto hacia tierras lejanas. Los principales destinos de esta inusitada diáspora fueron otras ciudades de Chile, Sudamérica, Norteamérica, Europa e incluso de lugares tan recónditos como el Medio Oriente y Oceanía. La diáspora alimentó la construcción de un imaginario del desierto y sus habitantes pasados, que poco a poco se fue tejiendo de la mano de intelectuales y aficionados a las antigüedades en la escena nacional, andina, latinoamericana y mundial. Aunque la historiografía ha expuesto parte de estos acontecimientos y a sus principales actores, sigue pendiente develar la multiplicidad de agentes que estuvieron involucrados, sus motivaciones e intereses, las relaciones que los anclaban entre sí y las sutilezas dan sentido a cada una de las experiencias vividas en torno al coleccionismo.
Aníbal Echeverría y Reyes es un elocuente ejemplo de esta deuda pues, aunque fue uno de los más importantes coleccionistas de objetos precolombinos del desierto de Atacama en el Chile de comienzos del siglo XX, prácticamente nada se sabe acerca de su vida y obra, como tampoco de las trayectorias y biografías de su colección. Multifacético y obsesivo, Echeverría y Reyes combinó su profesión de abogado y diplomático con su rol de masón, literato, bibliófilo, intelectual, escritor y coleccionista. Excavó cementerios indígenas y colectó objetos precolombinos en toda la región de Antofagasta, incluidas las localidades de Quillagua, Chiuchiu, Calama, San Pedro de Atacama y la costa desértica. Pese a haber escrito varios libros y decenas de artículos, por alguna razón todavía desconocida, casi no dejó registro acerca de sus hallazgos e interpretaciones acerca del mundo precolombino. Su más importante contribución a la arqueología contemporánea es su colección de objetos, vestigio vivo de sus prácticas y motivaciones pasadas, la que yace hoy diseminada en museos y colecciones privadas en Chile, Argentina, Bolivia, Perú y Europa. Ha sido una fracción de su colección, aquella que se encuentra actualmente depositada en el Museo Nacional de Historia Natural de Santiago, la más investigada por parte de estudiosos y académicos nacionales e internacionales, al punto que ha servido de fundamento de buena parte de la prehistoria y arqueología del norte de Chile.
Es con la finalidad de dotar de contexto y sentido a estos vestigios materiales que se construye el siguiente relato: la biografía de una colección y de su coleccionista, “don” Aníbal Echeverría y Reyes.
Palabras clave: Atacama, Antofagasta, coleccionismo, arqueología, objetos precolombinos.
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