Aunque los primeros esfuerzos por mejorar la situación de los niños pobres en Chile datan de fines del siglo XIX, no fue sino hasta entrado el siglo XX que flagelos como la alta mortalidad infantil, el abandono, la desescolarización y la desnutrición comenzaron a ser contenidos. No obstante, un segmento de la población infantil seguía ajeno a los beneficios de las políticas públicas, que no lograban reeducar, regenerar o reintegrar a aquellos menores que se habían desviado del desarrollo esperado.
En las décadas de 1950 y 1960 la vagancia infantil se convirtió en un tema de preocupación para las autoridades y la opinión pública en Chile. No solo representaba una faceta incómoda de la modernidad, sino que hizo visibles los límites de las políticas de disminución de la pobreza. Y es que el factor económico no era el único que determinaba la situación de estos niños: también influían factores educacionales, afectivos, de desestructuración familiar, alcoholismo y violencia.
¿Cuál era la real magnitud del fenómeno? Aunque las estimaciones de las autoridades e instituciones de beneficencia de la época son sumamente variables, puede considerarse como referencia que, en 1958, el Hogar de Cristo y la Fundación Mi Casa calculaban que había entre 300 y 600 niños vagos en Santiago, cifra que para 1964 elevaban a 3500. Frente a este problema, el Estado mostró una actitud oscilante: si bien a veces se organizaban redadas policiales en las que los niños eran recogidos, lo habitual era que se tolerara su presencia, como reconociendo tácitamente lo complejo que resultaba erradicar la vagancia.
Entre la denuncia y la idealización
El Archivo Fotográfico del Museo Histórico Nacional contiene abundantes registros de los niños que vivían en la calle, sobre todo en el centro de Santiago, entre los años 50 y 70. En general, se trata de fotografías capturadas por reporteros gráficos, destinadas a ilustrar notas de prensa.
Las imágenes documentan distintas dimensiones de la vida de estos niños: sus cuerpos sucios y vestimentas maltrechas; sus rutinas, actividades y dinámicas sociales; los lugares por donde transitaban y se reunían. En su mayoría, se trataba de varones –las niñas eran pocas– que pasaban el tiempo mendigando, jugando, robando y, esporádicamente, desarrollando algún oficio (lustrando botas, trasladando bultos, cantando en las micros, etc.).
En el lente de los fotoperiodistas se confunden el evidente deseo de denunciar este drama y una sensibilidad romántica que tiende a la idealización, proyectando una imagen cándida y humana de los niños vagos. Documentos complementarios, como informes sociales y literatura de la época, entregan una visión más realista y tormentosa, dando cuenta de la violencia que estos niños sufrían, pero también de la que podían ejercer unos contra otros.
Las imágenes también registran el trabajo de las instituciones dedicadas a su protección, como el Hogar de Cristo, Fundación Mi Casa y Fundación Niño y Patria. Si confiamos en lo que transmiten estas fotografías, la acción desplegada por todas ellas parece un ejemplo inequívoco de dedicación y amor. Otras fuentes, sin embargo, matizan esa visión, considerando la escasez de profesionales, la ausencia de registro de sus acciones y el mínimo control sobre los recursos de los que disponían.
Descarga el artículo completo “Niños vagos en la colección fotográfica del Museo Histórico Nacional, c. 1945-1973”, por Jorge Rojas Flores.