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La tragedia de la lepra en Rapa Nui

Leprosario en Isla de Pascua, 1952

El mal de Hansen, más conocido como «lepra», ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. La asociación de esta enfermedad con las ideas de ‘impureza’, ‘pecado’ y ‘castigo’ estuvo presente en diferentes culturas y religiones de la Antigüedad. La tradición bíblica, de hecho, ejerció una influencia decisiva sobre la forma en que se percibió esta afección a lo largo de la historia en Occidente: el tratamiento que, de acuerdo con el Antiguo Testamento, se daba a quienes padecían ciertas enfermedades similares a la lepra, determinó, en gran medida, la estigmatización que sufrieron también durante la Edad Media, época en la que los leprosos fueron expulsados de las ciudades y obligados a vagar pidiendo limosna. Así, se tejió en torno a la lepra una red de miedo y prejuicios, que persiste hasta nuestros días.

Aunque en la actualidad suele relacionarse, sobre todo, con regiones tropicales y subtropicales, Chile también tiene su historia con esta enfermedad. A principios del siglo XX, se conoció la existencia de casos de lepra en la isla de Rapa Nui, incorporada a la soberanía chilena en 1888. Siguiendo una tendencia milenaria, los enfermos fueron rápidamente confinados en un leprosario, mientras que al resto de la población local se le prohibió abandonar la isla. Se iniciaba así un largo y tortuoso camino hacia la erradicación de este mal, marcado por la negligencia estatal, y la consideración de soluciones derechamente inhumanas, inspiradas por el colonialismo y las ideas eugenésicas imperantes.

Una historia de exclusión y abandono

La lepra habría llegado a Rapa Nui en 1888, a bordo de alguna de las naves de la Armada de Chile que ese año recalaron en la isla. Tras la toma de posesión del territorio, el Estado chileno lo arrendó en 1895 a una empresa de capitales escoceses (la Compañía Explotadora de Isla de Pascua) que lo transformó en una gran estancia ovejera, donde los aborígenes fueron sometidos a maltratos y abusos. A partir de 1917, la isla quedó sujeta definitivamente a la autoridad naval, que impuso rigurosas normas sanitarias: el subdelegado marítimo debía inspeccionar semanalmente todas las casas de la isla, así como a sus habitantes; sancionar a quienes no denunciaran los contagios de lepra; y, desde luego, asegurarse de que los enfermos permanecieran aislados. Para esto, se habilitó un recinto lejos de la población, que se concentraba en las cercanías de la bahía de Hanga Roa.

La aplicación de dichos protocolos fue, sin embargo, sumamente laxa, y ni la Compañía de Explotación ni la Armada mostraron un compromiso firme por hacer del leprosario de Rapa Nui un lugar donde se otorgara una atención digna y efectiva a los pacientes. Durante la primera mitad del siglo XX, varios misioneros y autoridades católicas que visitaron la isla denunciaron las paupérrimas condiciones de vida en el lazareto. En paralelo, se sucedieron diversas misiones científicas y sanitarias que, junto con constatar las deficiencias en su funcionamiento, formularon propuestas para solucionar el problema de la lepra en Rapa Nui, las que incluyeron desde la modernización del establecimiento hasta la relegación de los enfermos en algún islote austral. La situación de los leprosos en Isla de Pascua mejoró recién en 1950, cuando, gracias a las gestiones de la Sociedad de Amigos de Isla de Pascua, se inauguró un nuevo recinto con tres pabellones y se contrató por primera vez a un profesional especializado: la lepróloga Hilke von Boeher.

El acervo documental sobre Rapa Nui que conserva el Archivo Nacional incluye una serie de oficios, informes y disposiciones que permiten rastrear la trayectoria de la atención sanitaria de la lepra en dicho territorio. Los documentos reflejan las distintas perspectivas, propuestas, logros y fracasos del difícil proceso que condujo, finalmente, a la eliminación del mal de Hansen de Rapa Nui.

 

Descarga el artículo completo «Rapa Nui y el mal de Hansen, la temida lepra, 1927-1960. ¿Administrar una colonia peligrosa o responsabilizarse por la salud de los ciudadanos chilenos?», por Marcelo Sánchez.

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