
Hace 130 millones de años, la tierra era un lugar muy distinto al que es hoy. Sus temperaturas eran más cálidas, y el nivel del mar, más elevado. El supercontinente Pangea se estaba separando lentamente para dar origen a los continentes actuales. En lo que hoy conocemos como Chile, la cordillera de los Andes aún no existía, y muchas cuencas estaban inundadas por mares interiores.
En la Región de Aysén, las rocas de esta edad ofrecen una fascinante ventana al pasado, a través de la cual es posible asomarse a un mar poblado por cefalópodos antiguos, hoy extintos. Entre estos invertebrados marinos prehistóricos –antepasados de los pulpos, sepias y calamares– se encuentran los amonites, caracterizados por sus conchas externas planiespiraladas que les servían tanto de vehículo como de casa. Sus fósiles han sido usados extensivamente por geólogos y paleontólogos para determinar las edades de las rocas, dada su amplia distribución geográfica y su tendencia a evolucionar cada tantos millones de años. Los belemnites, en tanto, tenían una forma muy parecida a la de los calamares, con un cuerpo alargado, aletas y una estructura bucal conocida como «pico de loro». Contaban con diez brazos, cada uno armado con una hilera de afilados garfios, lo que hace evidente que –al igual que muchos cefalópodos de hoy– eran feroces cazadores marinos. Su atributo más distintivo, sin embargo, era una concha calcítica igual a la de otros moluscos, pero ubicada al interior de su organismo. Por su composición mineralógica, esta estructura suele conservarse en el registro fósil.
Las propiedades geoquímicas de las rocas negras encontradas en muchos sectores de Coyhaique y sus comunas aledañas indican, además, que los fondos de estos mares tenían bajas concentraciones de oxígeno. En consecuencia, debieron estar habitados solo por organismos adaptados a tales limitaciones –probablemente pequeñas criaturas filtradoras y detritívoras, es decir, que se alimentaban de materia orgánica que caía desde la superficie– y recibir la visita ocasional de especies provenientes de niveles superiores arrastradas por corrientes intermitentes.
Un pasado escondido entre los cerros y los bosques
A pesar del invaluable trabajo de los primeros geólogos que efectuaron reconocimientos en Aysén entre las décadas de 1930 y 1970, y de las labores que se han continuado desarrollando hasta la actualidad, muchas zonas del vasto de territorio regional permanecen poco estudiadas o llanamente desconocidas. Dentro de este último grupo se encontraba hasta hace poco el sitio Elizalde, ubicado al sureste del lago homónimo, el cual fue descubierto incidentalmente en 2008 por el paleontólogo Leonardo Pérez Barría, mientras colaboraba en una expedición arqueológica en la zona. Años después, un equipo del Museo Regional de Aysén regresó al yacimiento para estudiarlo en propiedad, ocasión en la que recuperaron alrededor de 250 piezas fósiles, incluyendo una gran cantidad de fragmentos de belemnites y conchas de amonites, además de bivalvos, braquiópodos y otros restos –todos los cuales permanecen hoy custodiados por la institución–. La existencia de este sitio da cuenta del enorme potencial paleontológico regional e invita a pensar en la existencia de otros yacimientos similares, celosamente resguardados entre el bosque y la montaña.
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