La controversial visita de Fidel Castro a Chile entre el 10 de noviembre y el 4 de diciembre de 1971 ha sido ampliamente tratada por la historiografía, pues intensificó el debate político al interior de la izquierda, escandalizó a la oposición y acentuó las diferencias entre la vía chilena al socialismo y la revolución cubana. Sin embargo, poco se profundizado en las circunstancias y connotación de su viaje a Punta Arenas, el único lugar fuera de Santiago adonde Salvador Allende lo acompañó.
El Museo Histórico Nacional posee un registro único de esta parte del itinerario de Castro en Chile. Se trata de un álbum con 32 fotografías tomadas el 21 de noviembre de ese mismo año, primer día de la visita de los mandatarios a Magallanes, que se extendió por tres jornadas. Las imágenes cubren las diversas actividades en las que participaron ese día: su llegada a bordo del destructor Almirante Riveros de la Armada de Chile, proveniente de Puerto Montt, y el recibimiento protocolar en el muelle Arturo Prat; el descenso de la comitiva y su caminata hacia la plaza Muñoz Gamero, donde tuvieron lugar las manifestaciones ciudadanas en apoyo a los visitantes ilustres; un almuerzo durante el cual Fidel Castro pronunció un encendido discurso; y su visita a distintas plantas industriales –entre ellas, la de ENAP–, donde interactuó con trabajadores magallánicos.
Las fotografías sugieren que la visita a Magallanes habría tenido mayor significado del que hasta ahora se le ha atribuido. Pese a las diferencias entre la revolución cubana y el proceso chileno –la primera, a través de la lucha armada, y el segundo, por la vía institucional–, el viaje que los gobernantes emprendieron juntos Punta Arenas buscó resaltar la unidad entre ambos y reafirmar la existencia de un proyecto conjunto, sustentado en el latinoamericanismo y, sobre todo, el antagonismo respecto de Estados Unidos. Más allá de las evidentes tensiones entre las denominadas «dos almas de la izquierda» representadas por ambos mandatarios, su propósito fue presentar un frente común para desafiar la histórica subordinación económica y política a la potencia norteamericana –incluso más determinante para la región que el enfrentamiento bilateral entre comunismo y capitalismo que supuso la Guerra Fría–. Y nada más simbólico que hacerlo desde el territorio más austral de América Latina; es decir, en las antípodas del «enemigo».
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Salvador Allende (1971)», por Antonia Fonck.